Cuando la Memoria Comienza a Fallar
SaludPor: Dr. Felipe García (Geriatría)
CITAS AL TEL 4428127633
Todos olvidamos cosas de vez en cuando. Entrar a una habitación y no recordar por qué, extraviar las llaves o confundir fechas importantes. Es parte de la vida. Pero, ¿cómo saber cuándo estos olvidos dejan de ser normales y se convierten en señales de alerta?
Como geriatra, recibo con frecuencia a hijos preocupados por sus padres. “Últimamente repite muchas veces lo mismo”, “se le olvidan nombres de personas cercanas” o “confunde el día en que estamos”. Muchas veces, esos cambios son sutiles, pero importantes. La detección temprana de problemas de memoria no solo mejora la calidad de vida del paciente, también permite que la familia actúe con tiempo y acompañe mejor.
No todo olvido es Alzheimer
Uno de los errores más comunes es pensar que cualquier problema de memoria en un adulto mayor es sinónimo de demencia. No necesariamente. El deterioro cognitivo leve, por ejemplo, puede ser una fase intermedia, y no todos los casos progresan a una enfermedad mayor. También hay olvidos que se relacionan con depresión, ansiedad, efectos secundarios de medicamentos o falta de sueño.
Lo que sí es importante es prestar atención. Aquí algunos signos que no deben pasar desapercibidos:
• Repetir la misma historia o pregunta varias veces sin darse cuenta.
• Desorientarse en lugares conocidos o confundir fechas.
• Tener dificultades para seguir instrucciones o hacer tareas cotidianas.
• Mostrar cambios de humor sin razón aparente, volverse más irritable o retraído.
• Descuidar la higiene personal o la organización del hogar.
El papel de la familia es clave
Muchas veces, son los familiares quienes detectan los primeros cambios. Por eso, es importante observar con atención y evitar justificar todo con frases como “son cosas de la edad”. Cuanto antes se identifique un problema, más posibilidades hay de frenarlo o adaptarse mejor a lo que viene.
No se trata de asustarse, sino de estar atentos. Un chequeo geriátrico puede descartar causas físicas, ajustar medicamentos y, si es necesario, iniciar una evaluación neuropsicológica más profunda.
¿Y si hay un diagnóstico?
El diagnóstico no es una sentencia, es una herramienta. Saber qué está pasando da claridad a la familia y al paciente. Permite organizar la vida, planear, buscar redes de apoyo y acceder a tratamientos que pueden mejorar los síntomas o alentar el avance del deterioro.
La memoria forma parte de quienes somos, pero también lo es la dignidad con la que atravesamos cada etapa. Cuidar a tiempo, acompañar sin infantilizar y escuchar con respeto es el mejor camino para transitar estos cambios.
Porque cuando la memoria empieza a fallar, lo que más necesitamos es comprensión, paciencia y amor.