Santuaai
Mujer emprendedoraCuando el amor por la vida silvestre se convierte en propósito
Hay pasiones que nacen temprano. A veces se reconocen desde la infancia; otras, necesitan tiempo para acomodarse y revelarse con claridad. Para María Fernanda Quinzaños, el amor por los animales siempre estuvo ahí, silencioso pero firme, acompañándola en cada etapa de su vida. No fue un descubrimiento súbito, sino una certeza que creció con ella y que, con los años, encontró su forma en Santuaai, el santuario que dirige en Querétaro y que hoy representa una de las iniciativas más genuinas de protección y rehabilitación de vida silvestre en México.
La niña que aprendió a ser valiente
En su casa siempre hubo animales; convivir con ellos era tan natural como jugar o ir al colegio. Esa convivencia, lejos de ser un simple gusto, sembró en ella valores que hoy reconoce como esenciales: empatía, respeto, compasión.
Su infancia no fue sencilla, pero sí profundamente formativa. La obligó a desarrollar fortaleza, a tomar decisiones con madurez anticipada y a entender que, aun en momentos difíciles, siempre hay algo por lo cual seguir adelante.
Ya en la adolescencia llegó una etapa de búsquedas, dudas y rebeldía —como ocurre con muchos jóvenes— y aunque se distanció por momentos de su vocación, nunca la perdió por completo. Esas vivencias moldearon su carácter y le enseñaron a caminar con determinación, incluso en terrenos inciertos.
Construir desde la constancia
Con los años, Fernanda se reconoció como una persona muy disciplinada y exigente consigo misma. Esa autoexigencia, que a veces le ha hecho difícil reconocer sus propios logros, también ha sido el motor que le permitió perseguir un proyecto que muchos consideraban demasiado grande.
La pregunta que la llevó a Santuaai llegó de manera simple:
¿Qué ocurre con los animales silvestres que son decomisados del tráfico ilegal, rescatados del abandono o retirados de situaciones de explotación?
La respuesta no la dejó tranquila. Y entender que hacía falta un espacio digno para ellos fue el inicio de la mayor decisión de su vida.
Viajó, investigó, visitó santuarios en otros países y comprendió que México necesitaba un lugar similar. Lo demás fue trabajo, constancia y una serie de puertas que se cerraban… y otras que, con paciencia, empezaron a abrirse.
Santuaai: un lugar que acompaña, sana y enseña
Hoy, Santuaai es un refugio donde cada animal tiene un nombre, una historia y un espacio pensado para su bienestar. Aquí no se habla de “ejemplares”, sino de habitantes, porque cada uno tiene personalidad, miedos, gustos y procesos distintos.
El ambiente del santuario es sereno. Los espacios son amplios, limpios, cuidados al detalle. Hay juguetes, estanques, estructuras para trepar, zonas de sombra y enriquecimiento ambiental. Todo está diseñado para que los animales vivan sin estrés y recuperen, poco a poco, la confianza que un día perdieron.
Fernanda repite a menudo que, cuando tienes vidas en tus manos, “no se puede trabajar a medias”. Y es precisamente ese nivel de compromiso el que se siente en cada rincón del lugar.
La mujer detrás del proyecto
Fernanda no se describe como alguien efusiva o cursi —ella lo explica con naturalidad—, pero quienes la rodean saben que su amor se manifiesta de otras formas: en la responsabilidad, en la puntualidad impecable, en los pequeños detalles que cuida sin descanso, en la atención cotidiana que garantiza que todo esté en orden.
A veces le cuesta soltar el control, y lo reconoce. Forma parte de su carácter y también del proceso que está trabajando: entender que no siempre se puede anticipar todo y que pedir ayuda no disminuye la fuerza, sino que la multiplica.
Entre sus valores no negociables están la honestidad y el compromiso. Para ella, son cimientos sobre los cuales se construye cualquier relación, proyecto o decisión importante.
También tiene referentes femeninos que han marcado su visión del mundo: Jane Goodall, pionera en el estudio de primates; Daphne Sheldrick, protectora de elefantes en Kenia; y Michelle Obama, por su mirada social y su enfoque humano. Mujeres que hicieron lo que creían necesario, incluso cuando nadie lo había intentado antes.
Lo que vive el visitante
Quien recorre Santuaai descubre algo más que animales hermosos: descubre un mensaje. Muchos visitantes se sorprenden al conocer la realidad del tráfico ilegal de fauna y su impacto. Las historias de cada habitante conmueven, pero también educan.
Las familias regresan. Los niños preguntan. Los adultos reflexionan.
Y todos, sin excepción, salen con una sensación de gratitud por haber vivido una experiencia que combina aprendizaje, conexión y conciencia.
Un sueño que sigue creciendo
Fernanda sueña con que Santuaai sea un referente nacional. Con que más personas puedan conocer el santuario, comprender el propósito que lo sostiene y sumarse a la causa. Sueña también con que, con el tiempo, exista menos necesidad de rescatar animales silvestres porque la sociedad habrá cambiado la forma en que los ve y los valora.
Y aunque su vida está llena de responsabilidades, también desea, en su momento, formar una familia y seguir construyendo una vida donde sus valores y su vocación convivan en equilibrio.
Una invitación desde el corazón
Ella comenta, “Me gustaría que la gente conociera Santuaai y entendiera lo valiosa que es su visita”, comenta.
Cada boleto aporta a la alimentación, al cuidado médico, al mantenimiento del santuario y al rescate de futuros animales. Cada persona que cruza la entrada se convierte, de alguna forma, en parte del equipo que sostiene este proyecto.
Quien visita Santuaai no solo observa: participa.
No solo aprende: conecta.
No solo mira animales: reconoce vidas que merecen dignidad.
Y en esa conexión, empieza el verdadero cambio.





























