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¿Vuelas o nadas?

Autoguía
Lectura: 3 minutos
Rosella Magazine

Hace unos meses, mi hija de 11 años me sentó y me dijo que quería hablar seriamente conmigo (algo que me sorprendió) ya que tanta solemnidad y seriedad no eran parte de su personalidad.  Fue así como me tomé más en serio la plática y queriendo ponerme en el lugar de la mamá madura y que tiene todas las respuestas, fue que me animé a decirle “te escucho”, y algo por dentro de mi temblaba.  Fue así como comenzamos a platicar y con una carita de duda y de preocupación, me dijo: “Oye mamá quiero preguntarte, tú siempre me dices que sueñe, que no importa cuán difícil pueda ser mi sueño, pero, ¿cómo puedo soñar algo y no perder de vista mi esencia?” Me quedé con los ojos cuadrados y dije por dentro, ¿qué le digo? Y fue ahí donde el universo, Dios, me ayudó y se me ocurrió una gran forma de explicarle esto:

Imagina que un águila por alguna razón, pensó que era un pez y se esforzó toda su vida por aprender a volar. Sin embargo, a veces en su frustración de no poder hacerlo bien, volteaba al cielo y veía aves volar, y sentía que algo dentro de su corazón se movía; la alegraba y le hacía admirar a esas aves que por el sol no alcanzaba a ver bien y que soñaba que algún día ella podría volar de la misma manera.

Al paso del tiempo, el águila por más que se esforzaba por ser pez, por nadar, sentía que sea ahogaba. Sus plumas se dañaban y se sentía pesada y muy infeliz. Por alguna razón decide irse a la orilla del mar y secarse un poco, sentirse sola y pensar en qué estaba haciendo mal, por qué no podía sumergirse en el fondo del mar, por qué fallaba, y así un sinfín de preguntas que sólo la atormentaban. En ese proceso donde el sol comenzaba a secar sus alas, sin respuesta aparente a todas sus preguntas, comienza a ver otra vez a las aves volar; pero en esta ocasión tuvo la oportunidad de ver a un ave igual a ella, libre, haciendo algunas maromas y disfrutando del aire en sus alas, en su REAL SER. Fue así como se inquietó, se sintió confundida y no sabía cómo usar sus alas, donde comenzaba a sacudirse sus preguntas y de forma instintiva, comenzó a moverse y sentirse libre. 

Fue así como con MUCHO MIEDO y con un sinfín de pensamientos, se va a la cima de una montaña. Ya seca, empieza a reconocer sus alas, sus plumas, su pico, sus garras y comienza a jugar con el aire. No sabe de qué manera comenzar y cómo lanzarse, sin tener la seguridad de que lo que estaba pensando y sintiendo era lo correcto. Y por alguna razón, su corazón empieza a latir mucho más y con un fluir del aire, cerrando los ojos y permitiéndose hacerle caso a su sabiduría interior; pide al universo que le ayude y empieza a correr medio torpe, llegando al abismo de esa montaña, da el paso y empieza a caer de una manera tremenda. Empieza con mil dudas, sintiéndose muy mal por el desafío de haber dado el paso y por alguna razón, en su interior comienza a mover sus alas y por primera vez, empieza a volar. Su sueño de tener otra vida no era más que seguir su corazón y lo que verdaderamente era ella, libre y una hermosa águila, no sabía nadar pero sí volar.

Mi hija, con sorpresa y los ojos cristalinos, me dijo: “Entonces, ¿yo puedo pensar que soy un pez pero en realidad soy un ave? 

Y le dije: “No sé amor, sólo sé que estás creciendo, aprendiendo, siendo más consciente de ti y generando una conexión con tu corazón; en donde no habrá posibilidad de saber aún si eres un pez o un ave, pero cualquiera que seas, será hermoso verte crecer. Vive el proceso al máximo y la vida te irá guiando sobre tu esencia, pero no te preocupes, confía y descubre lo hermoso que es el proceso, aunque por momentos pareciera que no es lindo, pero eso es un juicio que irá despareciendo.”

Después de esta plática me fui a mi cuarto, cerré la cortina de mi ventana y me solté en la cama con muchas lágrimas en mis ojos, recordando cuántas veces pensé que era un pez cuando yo volaba; en donde por miedo y mis inseguridades, me aferré a que las cosas fueran de la manera en la que me habían contado, perdiéndome de todo un proceso maravilloso. Abrir mis alas y descubrirme en lo que soy realmente, me hizo refrescar mi vida y saber que no hay felicidad eterna, que el camino tiene procesos lindos y otros no tanto, pero de mí o de ti depende la forma en cómo quisieras vivir este proceso dónde no habrá manera de negar lo que realmente soy o eres.

Por eso, cada vez que pronuncies YO SOY… ten cuidado con lo que digas, porque tú sólo te condenas. Con sólo decir YO SOY LO QUE SOY, tu ser interior podrá poco a poco descubrir su verdadera esencia y por lo tanto, será un reencuentro que puedo asegurarte, jamás olvidarás.

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Por: Loretto Rodas