El eco de un mundo roto
AutoguíaHay imágenes que se repiten como un eco que nadie quiere escuchar: calles vacías donde alguna vez hubo risas, mesas con una silla que ya no se ocupa, manos pequeñas que dejaron de dibujar el futuro. No importa en qué lugar del mapa sucedan: todas hablan de lo mismo, de un mundo que ha olvidado su propia sensibilidad.
Durante años nos han convencido de que lo lejano no nos pertenece, de que lo que ocurre más allá de nuestras fronteras no tiene nada que ver con nosotras. Pero esa distancia es un engaño. Vivimos en un tiempo en que todo se conecta: las decisiones, los mercados, los silencios. Lo que duele allá, inevitablemente nos alcanza aquí.
Lo más desgarrador no son las pérdidas visibles, sino la costumbre. Hemos aprendido a mirar sin mirar. A escuchar sin escuchar. A dejar que escenas que deberían estremecernos se vuelvan rutina. Nos hemos vuelto expertas en pasar la página, en encoger los hombros, en decir “no es asunto mío”. Y esa indiferencia es la herida más grande: la pérdida de la capacidad de sentir.
La pregunta que nos persigue es inevitable: ¿qué mundo estamos construyendo para quienes vienen detrás? ¿Uno donde la vida se reduce a cifras, donde el dolor se mide según el lugar de origen, donde el sufrimiento ajeno se convierte en ruido de fondo? ¿O uno donde todavía sepamos reconocernos en el otro, aunque no comparta nuestra tierra ni nuestro idioma?
Siempre existe una elección. Nombrar lo que otros callan. Incomodar lo que otros prefieren olvidar. Recordar que cada voz silenciada en cualquier rincón nos recuerda lo frágiles que somos todas. Que cada injusticia que ignoramos abre la puerta para la siguiente. Que cada silencio, aquí o allá, nos convierte en cómplices.
Y aquí la reflexión más íntima: ¿qué mundo queremos dejar a nuestros hijos? ¿Uno en el que crezcan rodeados de indiferencia, aprendiendo que la vida humana vale según el lugar donde nace? ¿O uno en el que entendamos, de una vez por todas, que todos somos uno, que la dignidad no conoce fronteras y que el dolor de cualquier persona también nos pertenece?
Cada palabra cuenta. Cada acción importa. Cada silencio pesa. Y el futuro depende, hoy más que nunca, de lo que elegimos hacer con nuestra voz.
Nos vemos en la siguiente edición.
Sofía Ontiveros
@lunadesalem