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La lista

Autoguía
Lectura: 2 minutos

Por Yudith Gómez Salomón

El día empezó como cualquier otro, con un montón de propósitos por hacer y muy poco que realmente quisiera cumplir. En la lista matutina de labores se leía: meditar, lavar la ropa, limpiar la casa, regar las plantas, escribir y la más importante, dormir temprano; esta última representaba un pesar desde los últimos meses.

Todas las mañanas despertaba con un sobresalto, sin muchas ganas de trabajar, pero seguía, sin mucho sentido. Poco a poco se desvanecía la promesa que me había hecho un año atrás: ¡no pierdas el tiempo, la vida es muy corta! Las listas eran una buena opción para no permitirme holgazanear y dejar pasar la vida. Pero esa mañana realmente estaba agotada, me dolía el cuerpo por el ejercicio del día anterior y sólo quería quedarme en la cama. Aún con mi pereza a cuestas intenté meditar.

Sin muchas ganas empecé, guardé silencio y sólo me rendí a sentir. Apareció Totti, (es mi pequeño monstruo, que me dice las cosas más irreales y locas del mundo) su voz es muy chillona y a veces insoportable. Él es así, fastidia todo el tiempo, es como la piedra en el zapato que te impide seguir, pero aun así sigo.

Volví a respirar profundo y solo me quedé quieta mientras Totti se calmaba. De la nada escuché una voz fuerte y firme: ¡Pinta Yu, sólo pinta!

Mi cuerpo vibró y desperté empujándome a buscar mis viejas acuarelas y mi cuaderno de dibujo. Hice unos primeros trazos mientras una mujer meditando surgía en el lienzo. Me rendí al momento y sentí la bondad de la vida, el Sol acariciaba mi rostro, mientras el Viento se llevaba los pensamientos de Totti y el color de la vida surgía en el atardecer.

Al terminar el dibujo, Totti se empezaba a despertar, pero no se lo permití y ahí donde la tarde estaba por concluir, agradecí, agradecí tan fuerte que hice una petición al universo. ¡Quiero ver un colibrí! Cerré mis ojos mientras lo imaginaba y de la nada escuché un sonido en el mismo lugar donde mi padre unos años atrás, antes de morir, había puesto un bebedero. Era pequeño, libre y fuerte. En aquel momento me rendí porque comprendí que me había olvidado de lo más importante, conectar con la vida.

De aquella lista no hice la mitad de las tareas, pero vi ocurrir la magia ante mis ojos. Tal vez el hartazgo que algunas veces llegamos a sentir no es por las labores que nos asignamos. Hemos olvidado ponerle el propósito a cada una de ellas, el amor y respeto que se merecen.

No hagamos listas para ensanchar el ego, hagamos planes que nos lleven a la libertad y al amor.

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Por: Rosella Magazine