Que mis palabras siempre sean un lugar seguro
AutoguíaDespués de hablar de lo mucho que hemos perdido al acelerar la vida, también es momento de pensar en lo que todavía podemos cuidar: cómo hablamos, lo que decimos y desde dónde lo decimos.
Porque si algo sigue siendo profundamente humano, incluso en medio de pantallas y mensajes rápidos, es el poder de nuestras palabras.
Hoy más que nunca, vale la pena elegir decirlo bonito. No por quedar bien, sino porque nunca sabemos lo que el otro está atravesando.
Una palabra puede sostener o puede derrumbar. Puede acompañar o hacer que alguien se cierre para siempre.
Respetar las decisiones ajenas, aunque no las entendamos, aunque no las compartamos, es una forma de amor. Nadie tiene por qué explicarnos cómo vive, a quién ama o por qué decidió alejarse de algo.
A veces pensamos que opinar es ayudar, cuando en realidad puede ser invadir. Y sí, a veces callar también es una muestra de cariño.
No se trata de estar de acuerdo con todo, sino de tener la humildad para no meter juicio donde se necesita comprensión.
Porque cuando alguien nos comparte algo, muchas veces no necesita que le resolvamos la vida. Solo quiere que estemos ahí, sin condiciones.
La tecnología podrá cambiar muchas cosas, pero todavía podemos hablar desde el corazón y no desde la prisa.
Que mis palabras no lastimen. Que no incomoden cuando no es necesario. Que no se disfracen de consejo cuando no se ha pedido.
Que quien me escuche sienta calma.
Y si no puedo ayudar, que al menos no estorbe.