La Nueva Brecha Invisible: Cuando Pensar se Vuelve un Privilegio
AutoguíaAlgo inquietante sucede frente a nosotros y pasa inadvertido justamente porque exige atención para comprenderlo. En un mundo que presume hiperconectividad, emerge una forma silenciosa de desigualdad que no se mide en ingresos ni aparece en estadísticas oficiales: la capacidad de pensar.
Un reportaje del New York Times reveló que la mitad de los adultos en Estados Unidos no leyó un solo libro en 2024. Más allá de la cifra, lo alarmante es la paradoja que muestra. Las élites globales están retirando pantallas de las aulas y recuperando la lectura lenta como parte esencial del aprendizaje. En cambio, las clases medias y bajas navegan en un ecosistema digital que promueve el consumo rápido, fragmentado y constante. No es pereza: es diseño. Un diseño que funciona demasiado bien.
Las plataformas tecnológicas compiten por segundos de atención, no por usuarios. Y para ganarlos perfeccionaron el arte de interrumpir: notificaciones continuas, algoritmos que predicen deseos, videos que se reproducen solos. Así, cada clic nos condiciona y cada scroll reduce un poco más nuestra capacidad de concentración. Hoy cuesta terminar un libro, sostener una idea por más de unos minutos o evitar la necesidad automática de revisar el teléfono. Estamos formando una sociedad que lee, pero no profundiza; que opina, pero no argumenta; que consume información sin tiempo para procesarla.
Los niños, especialmente los de menores recursos, están en la línea de fuego. Los estudios muestran que pasan más horas frente a pantallas y presentan mayores dificultades de memoria, lenguaje y atención. No es coincidencia, es consecuencia. Mientras tanto, en escuelas privadas se fomenta el silencio, la lectura pausada y la desconexión deliberada. Lo que para unos es una elección educativa, para otros es un lujo inalcanzable. Así se abre la nueva fractura global: la desigualdad cognitiva.
Por primera vez, la diferencia entre clases sociales no depende solo del dinero, sino de la calidad del pensamiento. Quien puede concentrarse piensa mejor; quien piensa mejor decide mejor; y quien decide mejor construye un futuro distinto. La concentración se ha convertido en un recurso escaso. Y en democracias cada vez más saturadas de información, una ciudadanía distraída es una ciudadanía vulnerable. Si pensar se vuelve un privilegio, ¿qué queda para quienes no pueden hacerlo?
La desigualdad cognitiva ya está aquí, pero no es irreversible. Exige acciones deliberadas: recuperar espacios de lectura lenta; enseñar a manejar la atención como parte del currículo básico; regular la arquitectura de la distracción; democratizar entornos sin ruido digital; y, sobre todo, hacer del pensamiento una práctica cotidiana y accesible, no un lujo reservado a unos cuantos.
Si aspiramos a una sociedad capaz de cuestionar, crear y transformar, debemos proteger la atención como lo que realmente es: un recurso vital. Tal vez, el más valioso de todos.
Nos vemos en la siguiente edición.
Sofía Ontiveros
@lunadesalem






















