Apego: La raíz que nos sostiene (aunque a veces la neguemos)
AutoguíaNos enseñaron que depender es malo. Que ser fuertes es sinónimo de no necesitar a nadie. Que el amor debe dosificarse. Que llorar por alguien es debilidad. Que apegarse es sinónimo de perderse.
Pero ¿y si te dijéramos que todo eso que nos enseñaron está incompleto?
Décadas atrás, un experimento científico con crías de mono nos dejó una de las lecciones más crudas y dolorosas sobre la naturaleza humana. No se trataba de primates. Se trataba de nosotros.
Cuando los pequeños monos rhesus fueron separados de sus madres y enfrentados a dos sustitutas —una fría pero alimentadora, y otra cálida pero sin leche—, eligieron el calor. Eligieron la suavidad. Eligieron el consuelo.
Porque el apego no es un lujo. Es una necesidad biológica.
Y aún más: es una necesidad emocional que trasciende el instinto.
El amor, el contacto, la presencia… no son extras. Son parte del cableado con el que llegamos al mundo. Sin ese hilo invisible que nos conecta con otros, nos desorientamos. Temblamos. Nos rompemos por dentro.
¿Por qué entonces le tememos tanto?
Tal vez porque nos han enseñado a desconfiar de lo que nos hace humanos. Porque el apego, en una sociedad que idolatra la independencia y la productividad, parece un estorbo. Parece un freno. Nos lo venden como una trampa.
Y así, muchas de nosotras, mujeres, madres, hijas, líderes, emprendedoras, hemos crecido aprendiendo a ocultar nuestras necesidades afectivas como si fueran una vergüenza. A ser autosuficientes aunque nos duela. A amar en silencio, a contener el llanto, a forjar éxito desde la armadura.
Pero el apego sano no encadena. El apego sano da raíces, no jaulas.
Nos permite sostenernos en medio del caos. Nos recuerda que no todo tiene que ser solitario para ser valioso.
El equilibrio: apego, pero con conciencia
No se trata de perderse en el otro. No se trata de necesitar desde la carencia. Se trata de conectar desde la abundancia emocional. De construir relaciones donde podamos ser vulnerables sin miedo, amadas sin condiciones, vistas sin máscaras.
Tener a alguien que nos sostenga no es debilidad. Ser esa persona para alguien más es un acto de valentía.
Como mujeres emprendedoras, como líderes de proyectos y familias, tenemos la oportunidad de cambiar la narrativa. De dejar de ver el apego como una amenaza y comenzar a verlo como lo que realmente es: el suelo fértil donde nace el bienestar emocional.
Porque sí, podemos crear imperios.
Pero también necesitamos brazos donde descansar.
Podemos tomar decisiones importantes.
Y seguir necesitando que alguien nos escuche con ternura.
Podemos ser fuertes.
Y al mismo tiempo, permitirnos llorar.
En memoria de aquellos seres que crecieron sin contacto, sin afecto, sin consuelo, recordamos que el mundo necesita más calor que juicio, más cercanía que control, más humanidad que frialdad.
El apego no nos debilita. Nos ancla.
Y aprender a construirlo, a cuidarlo, a sanarlo, también es una forma de liderar.
Nos Vemos en la siguiente edición